¿AHORA RESULTA QUE TIENES APELLIDO JUDÍO?

Es curioso pero, en este país, los apellidos judíos probablemente son más antiguos que los cristianos, porque hay indicios de que ya en el siglo X antes de Cristo comerciantes judíos y fenicios mercadeaban con los tartesos gaditanos del Guadalquivir. Tal es la antigüedad de la presencia judía en la península. De hecho, durante las persecuciones religiosas de los siglos XIV y XV, los judíos hispanos utilizaron como argumento exculpatorio ante la Iglesia y el Estado que ellos estaban libres de culpa sobre a la crucifixión de Jesús porque ya habían llegado a España antes de que ésta hubiera ocurrido.

Hay noticia de la presencia de judíos en Hispania incluso antes de que llegaran los romanos. Tan enraizada estaba la comunidad judía en nuestro país, que se cuenta que en el siglo IV los propietarios cristianos de tierras de cultivo, además de pedir la bendición de los sacerdotes para sus cosechas, pedían también la de rabinos para así curarse en salud. Algo que, por cierto, sentaba fatal a la Iglesia, y que fue prohibido en el Concilio I de Elvira (Granada), que amonestó a los cristianos que pedían estas bendiciones rabínicas.

Desde entonces para acá siempre ha habido judíos en España, en todas las épocas, bajo todos los regímenes, de forma abierta o discreta dependiendo de cómo soplaran los vientos políticos y religiosos.

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Con los hispanorromanos y los visigodos, la vida de los hebreos españoles no era muy diferente a la de sus convecinos y cada uno observaba sus costumbres y sus creencias sin mayores enfrentamientos ni complicaciones.

Pero en el siglo VI, cuando el rey visigodo Recaredo abandonó el arrianismo y se convirtió al catolicismo, las cosas cambiaron radicalmente. Los judíos hispanos fueron perseguidos y obligados a convertirse, según una política que se iba a prolongar hasta finales de la Edad Media.

La idea básica era unificar el país, pero los políticos, dominados por las autoridades religiosas, no concebían una unidad política que no estuviera precedida por la unidad religiosa, y los judíos eran la única minoría confesional diferente que había en España.

Durante siglos, ellos, los judíos, vieron aparecer normas que limitaban su capacidad para comerciar, para trabajar la tierra, para contratar colonos… Era una forma de asfixiarlos de empujarlos hasta el abismo del exilio. Hubo momentos en los que se les obligó a convertirse al cristianismo bajo amenaza de ser expulsados del país, en una espiral de rechazo que no se detendría hasta el Concilio IV de Toledo, que les daría una efímera tregua. De hecho el panorama se volvió a estropear en el XVII Concilio de Toledo, en el que se decretó la esclavitud de los judíos como consecuencia de una supuesta conspiración planeada por los hebreos asentados en las tierras africanas asomadas al estrecho de Gibraltar.

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Así anduvieron los judíos, perseguidos y maltratados, hasta el siglo VIII, en el que llegaron los musulmanes al norte de África con ánimo de conquista, y que terminarían atravesando el estrecho, sin duda con la connivencia de los judíos españoles, que tenían mucho que ganar con aquel cambio de régimen.

¿Qué podemos reprocharles si, perseguidos durante siglos por los visigodos y la Iglesia Católica, podían ahora volver a “su tierra” en paz, disfrutando de la libertad de culto que los árabes les permitían? Hay que recordar que los musulmanes consideraban que, tanto cristianos como judíos, eran “gentes del libro” y que por ello no debían ser obligados a convertirse al Islam por la fuerza. Por otro lado, tenían garantizadas la vida, la propiedad de sus bienes y la libertad de culto, además de una gran libertad jurídica que les permitía acudir a sus propios tribunales para despachar los asuntos de sus comunidades. Eso sí, estaban sujetos a impuestos extraordinarios, tenían un estatus social inferior y no podían acceder a cargos públicos, entre otras discriminaciones. Pero eso no impidió que hubiera judíos que alcanzaron puestos de la máxima importancia en los estados andalusíes.

Durante el Emirato Independiente, el Califato de Córdoba y los primeros reinos de Taifas, es decir, entre el 756 y el 1086, la cultura hebrea conoció una etapa de bonanza y esplendor en la España árabe, pero con la invasión de los almorávides, más rigurosos en lo religioso, las cosas se torcieron bastante. No faltaron funcionarios, políticos y consejeros judíos en aquella época, pero la situación fue realmente a peor. Cuando llegó la nueva dinastía almohade con su islamismo extremista todo se complicó todavía más para los hebreos hispanos, de tal manera que a partir del siglo XII la población judía inició un éxodo masivo. En su mayoría se trasladaron a los reinos cristianos del norte, bien dispuestos a recibir nuevos colonos para repoblar sus tierras.

El rey de las tres culturas

La comunidad hebrea se integra con éxito en la cristiana y Fernando III El Santo no duda en proclamarse, tras la toma de Sevilla, como rey de las tres religiones. En las comunidades cristianas los judíos fueron transmisores tanto de sus propios conocimientos y cultura como de los que habían adquirido de los musulmanes, lo que sin duda enriqueció mucho a la sociedad cristiana. La Escuela de Traductores de Toledo creó en tiempo de Alfonso X el Sabio una recopilación de todos los saberes de la época, y en esa tarea fue fundamental la participación de los intelectuales judíos.

Los judíos terminaron por situarse en puestos de confianza cerca de los reyes y los nobles y eran los encargados incluso de recaudar los impuestos; pero esta confianza habría de ser su perdición porque en dichos puestos se fueron ganando también el odio del pueblo, y eso sería aprovechado en su momento por un clero que deseaba deshacerse de la comunidad hebrea promoviendo persecuciones antisemitas.

Aunque el propio Fernando el Católico defendía a los judíos allá por 1481, diciendo que las leyes que prohibieran algo a los judíos es como si se lo prohibiesen a él, lo cierto es que según fue avanzando el siglo XV la persecución antisemita, alimentada obviamente por el clero, se volvió feroz, y los reyes se veían impotentes para frenarla porque con ello se habrían jugado su legitimidad y su poder. La nobleza, por su parte, como estaba muy emparentada con judíos, también se encontraba en una posición débil. De hecho, en el siglo XVI aparecieron dos libros “El libro verde de Aragón” y “El tizón de la nobleza de España”, en los que ya se ponía en cuestión la pureza del linaje cristiano de la nobleza española.

Con la llegada del siglo XV el antisemitismo se dirige básicamente a los judíos conversos, a los que se califica como “cristianos nuevos” frente a los “cristianos viejos”, a los que se considera los verdaderos cristianos.

Cuando en 1474 accede al trono Isabel I de Castilla, casada con Fernando II de Aragón, el judaísmo no se castigaba, pero no por tolerancia o por indiferencia sino porque no existían herramientas jurídicas adecuadas para tipificar el delito. Por eso, la muy católica reina decide acudir al papa Sixto IV para que le autorice el nombramiento de inquisidores, a lo que el Papa accede en 1478 emitiendo la bula “Exigit sincerae devotionis”, con la que se pretendía, en apariencia, una conversión sincera y definitiva de los judíos al cristianismo de manera que finalmente fueran iguales que el resto de los ciudadanos.

Los guetos de Isabel y Fernando

Pero  las cosas no fueron tan fáciles; en 1480 sus católicas majestades terminan por crear guetos amurallados –tipo Varsovia- para los judíos, de manera que éstos no crearan “confusión y daño de nuestra santa fe”. En 1483 dan un paso más y expulsan a los judíos de Andalucía para evitar que mantuvieran un contacto nefando con los conversos.

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En marzo de 1492, reconquistada ya Granada, los Reyes Católicos firman en aquella ciudad el decreto de expulsión de los judíos, redactado por el inquisidor general Tomás de Torquemada a instancia de los monarcas. El decreto daba un plazo de cuatro meses para que todos los judíos abandonaran los territorios de las coronas Castilla y Aragón… “Y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ninguno de ellos”. En esos cuatro meses, los judíos podían vender sus bienes, llevándose el producto de la venta en forma de mercaderías o de letras de cambio, no en oro ni en moneda acuñada. Evidentemente también existía la alternativa de convertirse al cristianismo; de hecho, en aquellos cuatro meses se convirtieron y bautizaron muchos judíos, especialmente los más ricos y los más cultos, entre ellos la mayoría de los rabinos… La pela es la pela, supongo.

Los que decidieron no convertirse tuvieron que malvender sus posesiones, y en la gestión de sus letras de cambio los banqueros –en su mayoría italianos- aplicaron altísimos intereses; aparte de eso tuvieron enormes dificultades para recuperar algo del dinero que tenían prestado a los cristianos. Aunque no se sabe con certeza, las investigaciones más recientes estiman que fueron expulsados entre 50.000 y 80.000 hebreos.

Como algunos judíos identificaban la península ibérica con la Sefarad de la Biblia, estos expulsados por los Reyes Católicos recibieron el nombre de sefardíes, que conservaron en su cultura la lengua que se hablaba en la península en el bajo medievo, aunque lógicamente, como todos los idiomas vivos, ha ido evolucionando con el tiempo.

Y así acabó la presencia de los judíos en España, que siempre albergaron hacia su vieja patria un sentimiento contradictorio hecho de una mezcla de rencor y de nostalgia.

Bien, pues, tras tan generoso inciso histórico, paso al objeto principal de este texto, que no es otro que plantear el hecho de que una estancia tan larga de los hebreos en España, ha impregnado a nuestro país de cientos de creencias, tradiciones, palabras y costumbres que arraigaron y florecieron en la península, nombrando oficios, enseres y lugares, generando patronímicos y apellidos que se han mantenido hasta nuestros días.

Para hacerlo evidente, he recopilado algunas decenas de apellidos de los que se sabe que tienen procedencia judía. No están todos los que son pero sí son todos los que están; en realidad me he guiado por un criterio la mar de simple: he recogido aquellos que me sonaban de gente española de todos los ámbitos que he conocido a lo largo de mi vida… entre los que quizá estés tú. Por eso quiero dedicar este escrito a todos mis amigos y conocidos de hoy y de antes, porque no dejaría de ser gracioso que en él descubrieran que su apellido acaso sea de origen judío, lo que no implicaría en manera alguna que sean hebreos (salvo que sí lo sean) sino que su apellido tiene un rancio abolengo y ha sobrevivido a multitud de avatares a lo largo de la historia de España.

Vamos a ello por orden alfabético:

–Aceña, Acevedo, Acosta, Acuña, Adrián, Aguado, Aguilar, Alcalá, Alcalde, Alcañíz, Alcaraz, Alfonso,Almonte, Alonso, Álvarez de Toledo, Álvarez, Álvarez de Castro, Antúnez, Andrade, Aragón, Aranda, Araujo, Arias, Arnau, Ávila, Avilés, Aznar.

–Baamonde, Badía, Baeza, Bahamonde, Balaguer, Barahona, Barceló, Barcelona, Barrachina, Barragán, Barrionuevo, Bartomeu, Bazán, Béjar, Bejarano, Beltran, Benavente, Benet, Benítez, Benito, Berenguer, Berganza, Bermejo, Bisbal, Blanco, Bobadilla, Bonet, Buendía, Burgos.

–Caballero, Cabral, Cabrera, Carrasco, Cajal, Calahorra, Calamaro, Calderón, Calle, Calvo, Camacho, Campo, Camus, Cano, Caraballo, Carabias, Carballo, Carbo, Carbonell, Cárdenas, Carmona, Carrasco, Carretero, Carrilllo, Carrión, Carvajal, Casals, Casares, Casas, Castellanos, Castillo, Castro, Catalán, Cava, Cavallé, Cazorla, Celdrán, Cerezo, Cervera, Céspedes, Chacón, Chamorro, Chaves, Chávez, Clemente, Colomer, Company, Conesa, Contreras, Cordero, Córdoba, Coronel, Correa, Cortés, Costa, Crespo, Cruz, Cuellar.

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–Dalmau, Daniel, Dávila, Delgado, Díaz, Díez, Dorado, Duarte, Dueñas, Duque, Durán.

–Egea, Elvira, Encinas, Enríquez, Eraso, Escalera, Escobar, Escudero, España, Espinosa, Esteban, Estévez, Ezquerra.

–Fajardo, Falcó, Fernández, Ferreiro, Figueroa, Flores, Fonseca, Fontán, Fontanals, Forcadell, Fraga, Franco, Fuentes, Fuster.

–Galindo, Gallego, Galves, Gamboa, Garcés, García, Gento, Giménez, Gimeno, Girona, Godínez, Godoy, González, Granados, Guerra, Guillén, Gutiérrez, Guzmán.

–Haro, Heredia, Hernández, Hernando, Herrador, Herrera, Hierro, Huerta, Huesca, Huete, Hurtado de Mendoza.

–Ibáñez, Illescas, Iniesta, Izquierdo.

–Jaén, Jaime, Jara, Jaramillo, Jerez, Jiménez, Jimeno, Jordán, Juárez.

–Labrador, Lacalle, Laguardia, Laguna, Laporta, Laredo, Lázaro, León, Lerma, Leyva, Lillo, Lindo, Lleida, Llerena, López, Lorca, Lorenzo, Losada, Lozano.

–Machado, Macías, Madrid, Maldonado, Manrique, Marco, Márquez, Marquina, Martínez, Mateos, Medina, Melero, Méndez, Mendizábal, Mendoza, Meneses, Mercader, Mercado, Merchán, Mestre, Millán, Millares, Miró, Molero, Molina, Montero, Montesinos, Monzón, Moraga, Morales, Morcillo, Moreno, Morón, Mosquera, Mota, Moya, Munir, Muñoz, Muriel.

–Nadal, Nágera, Narbona, Narváez, Navarrete, Navarro, Negrín, Nieto, Nogueira, Núñez.

–Obrador, Ocaña, Olivares, Oliver, Olmos, Onís, Orgaz, Orozco, Ortega, Ortiz, Osorio, Osuna.

–Pacheco, Palenzuela, Palomo, Panadero, Paredes, Parejo, Pascual, Pastor, Patiño, Pelayo, Pellicer, Peñas, Pereda, Pérez, Perrelló, Pineda, Platero, Polanco, Polo, Pombo, Porta, Porter, Portero, Prieto, Pujol.

–Ramírez, Ramos, Recio, Redondo, Rey, Reyes, Ribas, Ribeiro, Rico, Ripoll, Rivera, Robles, Roca, Rodó, Rodríguez, Rojas, Román, Romero, Rosell, Rothschild.

–Saavedra, Sabater, Sabina, Salama, Salazar, Salcedo, Saldaña, Salgado, Salido, Salinas, Salvat, Sánchez, Saporta, Sarabia, Sarmiento, Sastre, Serrano, Sevilla, Sirvent, Sobrado, Soldevilla, Soler, Solona, Sordo, Soria, Soriano, Suñer.

–Tabares, Tarrega, Tavares, Teixeira, Tirado, Toledano, Torres, Torrijos, Trías.

–Úbeda, Uceda, Ulloa.

–Vaamonde, Valdés, Valera, Valero, Vallejo, Vaquero, Vázquez, Vega, Velasco, Velázquez, Ventura, Vergara, Vidal, Vila, Villa, Villanueva.

–Yañez, Yepes.

–Zambrano, Zamora, Zaragoza, Zayas, Zorrilla, Zúñiga.

~ por kalicom en 7 enero 2020.

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